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Arnoldo Palacios

Biografías: Arnoldo Palacios Mosquera

1924 | 2015

Arnoldo Palacios

Vida y obra

Nación en 1924 en Cértegui, Chocó, Colombia, y murió en Bogotá el 12 de noviembre de 2015. Su cuerpo fue trasladado a su pueblo natal, donde fue velado y sepultado, tal como él lo había deseado, cumpliendo así la voluntad del escritor.

A los dos años de edad lo atacó la poliomielitis, y ese fue su sufrimiento más grande a lo largo de su vida, llevándolo a realizar grandes esfuerzos para moverse, sólo con la ayuda de una muleta, pero no fue impedimento para llevar a cabo sus sueños. A los quince años el escritor cruzó trochas y ríos para llegar a Quibdó, donde inició sus estudios de bachillerato en el Colegio Carrasquilla de la ciudad de Quibdó.

En 1943 se trasladó a Bogotá, donde estudió con una beca. Terminó su bachillerato en el colegio Camilo Torres; y fue allí, en esa ciudad, a los 23 años, que escribió su opera prima, la novela Las Estrellas son Negras, de la cual en el momento de su publicación tuvo grandes elogios, como los de José María Restrepo Millán, el cual había sido rector de la institución donde Palacios cursara el bachillerato, y tuvo gran aprecio por él.
Antes de la publicación de la obra Las Estrellas Son Negras, en 1948, los manuscritos se quemaron a consecuencia de los disturbios acaecidos por la muerte del líder político Jorge Eliecer Gaitán. Palacios la reescribió rápidamente en menos de quince días.

Viajó a París a estudiar lenguas clásicas por medio de una beca en la Sorbona. En París conoce a otros autores.

En honor al escritor, en la actualidad, una biblioteca pública en Quibdó lleva su nombre.

Murió el 12 de noviembre de 2015, en Bogota, Colombia.

A continuación te presentamos dos fragmentos de las Estrellas son negras, obra cumbre del autor.


Las Estrellas Son Negras

Fragmento 1

Irra bajó a la playa con el ánimo de embarcarse a pescar. Llevaba la boya en la mano, y lombrices dentro de un mate lleno de tierra húmeda. Vestía unos calzones de baño, reducción de pantalones largos ya demasiado despedazados de viejos. Miró sobre su cabeza el cielo azul, y sobre el Atrato la luz vesperal plateando las ondas. Sentado en la nariz de la piragua estaba un viejo arremangándose los pantalones remendados. Él, con más de ochenta años de edad, cabeza pequeña, calvicie reluciente en su cráneo negro chocolatoso, orlado de cabello motoso hacia las orejas y la nuca, cara huesuda, sienes y mejillas hundidas; una mirada apacible emanaba de ojos pardos, oscuros y profundos. Su nariz chata dejaba escapar unos pelitos que se entrelazaban al áspero bigote amarillento, empapado de sudor. Los labios gruesos, salivosos, se mantenían abiertos, mientras cuatro dientes curtidos mordían el cabo de madera de la pipa de barro. Su rostro descarnado, relievado de arrugas, traslucía profunda conformidad, cierto desprecio por lo pasajero y fútil, recia responsabilidad ante la vida larga que lo había fustigado desde el momento en que le regaló el primer rayo de luz. La cabeza dura, forjada a martillazos sobre 30 Arnoldo Palacios una roca milenaria, se erguía sobre el cuello rígido saliente del busto esquelético que descubría patente la forma de las costillas, del esternón y de las clavículas. Hacia el estómago, el vientre se hundía cual una bolsa desinflada. ¡Oh…, qué brazos más lánguidos pendientes de unos hombros! Se creyera que, al morir el viejo, esos brazos con los cuales se había batido podrían servirle de cirios.

Autor: Arnoldo Palacios Mosquera
Fragmento del comienzo de la Novela


Las Estrellas Son Negras

Fragmento 2

Irra sintió su alma invadida de confianza. Y si alguien hubiera observado de cerca su rostro se hubiera contagiado de una humilde alegría purísima. Se agachó a recoger la talega empantanada y la puso sobre el muro. Se dirigió al borde de la playa. Se arremangó los pantalones y la camisa. Se introdujo en el río, en el agua, hasta las rodillas. Inclinado se lavó la cabeza y la cara. El agua estaba tibia. Hubiera querido desnudarse y meterse un baño completo. Como tantos baños agradables, cantando otras veces allá en la playa, horas antes del amanecer, a la tarde, a medianoche, a todas horas… Bebió agua en el cuenco de la mano. Se enjuagó la boca y arrojó el buche de agua. Volvió a beber y se restregó los dientes con el índice untado de arena. El agua le supo terrosa. Se lavó las piernas, los brazos. Y ensanchando el pecho respiró libre. ¡Libre!

Autor: Arnoldo Palacios Mosquera
Fragmento final de la Novela

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