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Biarritz

Cuentos: Amado Nervo

Y ¡cómo decir el sortilegio de esta playa en que todos los lujos, todas las elegancias, todos los refinamientos, forman contraste con un mar bravío, áspero, frecuentemente airado, que se debate espumarejeando entre los dientes implacables de las rocas!

¡Y cómo expresar la molicie que se apodera de nosotros en las dulces noches de estío: cuando el gran faro intermitente barre las ondas con sus dos vivos haces de impalpable luz, que parecen antenas de un gran monstruo misterioso; cuando el inmenso y perennemente palpitante organismo del mar sólo se adivina por las orlas de plata fosforescente de su espuma, y por su perpetuo rumor de seda que se desgarra!

¡Cuando arriba, en los casinos y cafés, que son como islotes de claridad, cantan las orquestas y las más deliciosas mujeres del mundo, las que anidan del 15 de Agosto al 30 de Septiembre en esos palacios que se llaman el Regina, el Palais, el Continental, pasan llenando el ambiente de su invencible prestigio, hecho de miradas de perfumes y de ritmos lineales!

¡Y cómo decir la gloria de estas mañanas cálidas en que la Grande Plage ostenta todos los colores, y entre las vivas salpicaduras de las graciosas tiendas de lona, los niños triscan y las bellas mujeres muellemente sueñan, mientras en las galerías umbrosas del casino municipal los húngaros dejan fluir de sus arcos el último vals… uno de esos valses hechos más de voluptuosidad que de notas, de indolente voluptuosidad que parece ondular por el aire como una sutil culebra!

¡Y quién pudiera contar de los días de tormenta, en que la ola rabiosa brinca por encima de las rocas, en que un omnipotente huracán ruge y silba, y en que, bien impermeabilizados, desde el Rocher de la Vierge, vemos al titán convulso, llegar a todos los paroxismos!

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¡Oh! los rizos impregnados de sal de las rubias mujeres, los rizos que escapan de las sienes y de la nuca a la sujeción de la gorra inglesa; los rizos que se agitan como espirales de oro, mientras los claros ojos, hermanos del piélago, entre curiosos y asustados, miran las demasías de la onda…

¡Y quién pudiera, en fin pintar el maridaje de estas arquitecturas suntuosas y de estos jardines, y de estas terrazas, en el gran anfiteatro que se yergue, todo él lleno de imprevistas escaleras, de rientes recodos, de apacibles rincones, de avenidas en que la arena cruje bajo los pies pequeños y ágiles de las parisienses y las españolas!

¡Oh Biarritz, Biarritz, flor y milagro de la costa de plata, surgida del capricho imperioso de la más bella de las soberanas, tentación de reyes, capa de millonarios, y a la vez nido de paz, de libertad y de amor!

Oh Biarritz, ¡que no tuviera yo veinte años, y veinte ensueños y veinte deseos… y veinte millones de francos!

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