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El Conde Lucanor

Juan Manuel

Había en un pueblo de moros un buen mozo que se enamoró de una muchacha, hija de un hombre rico y honrado del mismo pueblo; era muy bella, pero tenía fama de mala y sanguinaria, pese a lo cual el mozo se decidió a pedir su mano; el padre de la muchacha no pudo negar su consentimiento a que se celebraran las bodas, aunque quiso advertirle que era peligroso casarse con su hija, pues temía que el mancebo durara poco con vida.

Así y todo, las bodas se celebraron. Después del primer banquete, los comensales dejaron solos a los recién casados en la mesa. El mancebo entonces se dirigió a un perro que rondaba los manjares y le ordenó que trajera agua. El perro no hizo caso y el mozo desenvainó su espada y lo mató. Vio luego un gato y le ordenó lo mismo y el gato, natural mente, tampoco trajo el agua. Se levantó el mancebo y repitió la misma operación. Su mujer se iba espantando. Había cerca un caballo, el único que tenían, y el mozo lo llamó y le ordenó que le trajera agua. El caballo se mostró indiferente a la orden, y entonces el mancebo volvió a desenvainar la espada y le cortó la cabeza. La mujer, aunque tenía fama de fiera, al ver cómo mandaba su marido y cómo cumplía lo que decía, pensó que si quería seguir sana lo mejor era obedecerlo en todo. El mancebo le habló entonces y le dijo lo mismo que a los animales: que le trajera agua. La mujer se levantó y se la trajo en seguida.

A la mañana siguiente, cuando todos los familiares y vecinos esperaban encontrarse al marido muerto por la mujer, vieron que ésta salió de la habitación diciendo que se callaran, que su marido dormía y no había que despertarlo.

Todos quedaron asombrados de cómo el marido había logrado convertir a su esposa en mujer sumisa y obediente.

Cuento perteneciente a un libro llamado Conde Lucanor o libro de Patronio.

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