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El hombre y su imagen

Fábulas: Jean de La Fontaine

Un Hombre enamorado de sí mismo, y sin rival en estos amores, se tenía por el más gallardo y hermoso del mundo. Acusaba de falsedad a todos los espejos, y vivía contentísimo con su falaz ilusión. La Suerte, para desengañarle, presentaba a sus ojos en todas partes esos mudos consejeros de que se valen las damas: espejos en las habitaciones, espejos en las tiendas, espejos en las bolsas y hasta en el cinturón de las señoras. ¿Qué hace nuestro Narciso? Se esconde en los lugares más ocultos, no atreviéndose a sufrir la prueba de ver su imagen en el cristal. Pero un canalizo que llena el agua de una fuente, corre a sus pies en aquel retirado paraje: se ve en él, se exalta y cree divisar una quimérica imagen. Hace cuánto puede para evitar su vista; pero era tan bello aquel arroyo, que le daba pena dejarlo. Comprenderéis a dónde voy a parar: a todos me dirijo: esa ilusión de que hablo, es un error que alimentamos complacidos. Nuestra alma es el enamorado de sí mismo: los espejos, que en todas partes encuentra, son las ajenas necedades que retratan las propias; y en cuanto al canal, cualquiera lo adivinará: es el Libro de las Máximas.

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