Dios del campo y los bosques
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Divinidad de origen netamente itálico, fue una de las más antiguas y conocidas de
Lacio. Era el dios de los rebaños y de los bosques y se le representaba con el cuer-
po peludo, y con cuernos, pies y patas de macho cabrío. Su propio nombre, deri-
vado del verbo latino faveo («mostrarse propicio o favorable») indica que se le
consideraba una divinidad benéfica, que hacía prosperar los rebaños, las mieses y
la vegetación.

Le tributaban un culto especial los pastores; estos creían que man-
tenía a los lobos alejados de su rebaño, invocándolo, por lo tanto, con el nombre
de Lupercus. Con el tiempo, el culto a este dios decayó, siendo identificado con
Pan, divinidad griega. Se decía que Fauno, lo mismo que aquel, habitaba con prefe-
rencia en los bosques y en las grutas escondidas, y que permanecía a menudo
junto a las fuentes de aguas cristalinas, dedicándose a la caza de los animales y a
la persecución de las bellas Ninfas. Uno de sus pasatiempos preferidos era asustar
a las personas enviándoles pesadillas que turbaban sus sueños, por lo que se le
llamaba también Incubus. Podía predecir el porvenir mediante signos naturales,
como rumores especiales en los bosques y el vuelo de los pájaros o por medio de
los sueños. Por causa de este atributo se le denominaba también Fatuo. Cerca de
la fuente Alburnea, en un bosque de las cercanías de Tívoli, existía un famoso orá-
culo de Fauno, del que habla el propio Virgilio, y afirma que el rey Latino recurrió a
él cuando Eneas llegó a Italia. Según una tradición, Fauno era hijo de Pico, nieto de
Saturno y padre del propio rey Latino. Su equivalente femenino era su esposa Bona
Dea. El centro del culto a Fauno se encontraba en la campiña, donde se celebraban
también las fiestas a él dedicadas. Estas eran las Faunalias, celebradas el cinco de
diciembre, en las que, en medio de la alegría de los participantes, se sacrificaba un cabrito y se hacían abundantes libaciones de leche y vino. El cinco de febrero se
celebraba la fiesta de las Lupercalias, de tradición antiquísima, cerca del templo de
Fauno Lupercus, que se alzaba en una gruta del Palatino. Dicha cueva se llamaba
precisamente Lupercal y era la misma que Evandro, jefe de la colonia de arcadios,
al llegar a Lacio, siendo bien acogido por el entonces rey de la región llamado
Fauno, consagró a Pan, divinidad griega de los bosques. El rito de la fiesta de las
Lupercalias exigía un sacrificio inicial de cabritos, con cuyas pieles se revestían los
sacerdotes de Fauno y recorrían las calles de Roma, golpeando a los transeúntes
que encontraban a su paso. Dicho acto se consideraba una purificación y atraía la
prosperidad y la fortuna. Se decía también que las mujeres estériles golpeadas por
tiras de los luperci se volvían fecundas, por lo que ellas mismas se hacían golpear.
El día en que se realizaba dicha ceremonia de purificación se llamaba februatos
(«purgado») y más tarde dio nombre a todo el mes, que se llamó febrero. Más
tarde se creyó que numerosos faunos habitaban en los bosques y se les confundió
con los Sátiros, que formaban parte del turbulento cortejo de Baco. Se acentuó el
carácter adivinatorio de los Faunos y existieron unos versos llamados preci-
samente fauni, en los que se exponían sus profecías. La naturaleza humana y la
animal se confundían en los instintos y en el aspecto de los Faunos; habitaban en
los bosques y tenían el cuerpo cubierto de pelo hirsuto, pequeños cuernos de
cabra, nariz chata, orejas puntiagudas y pies de macho cabrío. Eran de tempe-
ramento alegre y jocoso y se deleitaban tocando la flauta y la gaita.