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La Odisea

    Homero

    Viajes de Telémaco

    La acción se desarrolla a lo largo de cuarenta días desde que el protagonista abandona la isla Ogigia hasta que vuelve a su hogar y restaura su reinado Además, aparecen relatadas por el propio Ulises sus largas peregrinaciones, que se prolongaron durante nueve años

    En el poema, compuesto de veinticuatro cantos, hay dos momentos claramente diferenciados: antes del regreso de Ulises a Ítaca (los primeros doce cantos) y después del regreso (los doce últimos).

    La primera parte se inicia con Telémaco, el hijo de Ulises Telémaco vive en Itaca, junto a Penélope. su madre. Como su padre, que es el rey de Ítaca, está ausente durante tanto tiempo, lo dan por desaparecido, por lo que muchos nobles de la ciudad pretenden casarse con su madre para ocupar el trono vacío y se instalan en el palacio. Esto hace sentirse desgraciado a Telémaco, que decide ir a otras ciudades griegas para pedir ayuda y averiguar el paradero de Ulises. Así, llega a Esparta, donde le atiende el guerrero Menelao, compañero de armas de Ulises en la guerra de Troya. Menelao conversa con Helena, su esposa:

    HELENA-¿Sabemos ya, oh Menelao, alumno de Zeus, quiénes se glorían de ser esos hombres que han venido a nuestra morada? ¿Me engañaré o será verdad lo que voy a decir? El corazón me dice que hable. Jamás vi persona alguna, ni hombre ni mujer, tan parecida a otra-¡me quedo atónita al contemplario!- como este se asemeja al hijo del magnánimo Ulises, a Telémaco, a quien dejó recién nacido en su casa cuando los aqueos fuisteis por mi, ojos de perra, a empeñar fieros combates con los troyanos, le respondió el rubio Menelao:

    MENELAO-Ya se me habla orrido, jos mujer!, lo que supones; que calss cranios plos de aquel y las manos y el mirar de los ojos y seca y el pelo que la cubría. Ahers mismo, aconitndome de Ulises, les relataba cuántos trabajos padeció por mi causa, y ese comenzó a verter amargas lágrimas y se puso ante los ojos el purpúreo manto.

    Ulises y Polifemo

    Ulises, en su camino de regreso a Ítaca, narra a unos huéspedes las aventuras que le acontecen durante el viaje. Muchas de estas aventuras tienen un elemento fantástico, como la del enfrentamiento con el ciclope Polifemo. Este monstruo de un solo ojo tiene prisioneros a Ulises y sus compañeros, a algunos de los cuales ha devorado. Ulises, gracias a su astucia, consigue acabar con Polifemo y liberar a sus compañeros:

    Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Entonces me llegué al ciclope y, teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

    ULISES.-Toma, ciclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras a mi casa, pero tú te enfureces de intolerable modo. ¡Cruel! ¿Qué seres humanos llegarán hasta aquí en lo sucesivo, si te portas de modo tan injusto?

    Así le dije. Tomó el vino y se lo bebió. Y le gustó tanto el dulce licor que me pidió más.

    POLIFEMO-Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el que te alegres. Pues también a los ciclopes la fértil tierra les produce vino en gruesos racimos, que crecen con la lluvia enviada por Zeus; mas esto se compone de néctar y ambrosia.

    Asi habló; y yo volví a servirle el negro vino; tres veces se lo presenté y tres bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del ciclope, le dije con suaves palabras:

    ULISES-¡Ciclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre y voy a decirtelo; pero dame el presente hospitalario que me has prometido. Mi nombre es Nadie; y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.

    Así le hablé; y en seguida me respondió con ánimo cruel:

    POLIFEMO.-A Nadie me lo comeré el último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezco.

    Así dijo; se tiró hacia atrás y cayó de espaldas. Asi echado, dobló el robusto cuello y le venció el sueño, que todo lo rinde: le salía de la garganta el vino con pedazos de carne humana, y eructaba por estar cargado de vino. Entonces metí la estaca debajo del abundante rescoldo para calentarla y animé con mis palabras a todos mis compañeros, no fuera que alguno, poseído de miedo, se retirase. Mas cuando la estaca de olivo, con ser verde, estaba a punto de arder y relumbraba intensamente, ful y la saqué del fuego; me rodearon mis compañeros y algún dios nos infundió gran audacia. Ellos, tomando la estaca de olivo, la hincaron por la aguzada punta en el ojo del cíclope; y yo, alzándome, la hacía girar por arriba.

    Ulises en la isla de Circe

    Poco más tarde los marineros llegan a una isla en la que habita una hechicera llamada Circe, la cual quiere seducir a Ulises y convierte a sus compañeros en cerdos. Al final, gracias a las súplicas de Ulises, estos recobran su apariencia humana:

    Cuando Circe notó que yo seguía quieto, sin echar mano a los manjares y abrumado por fuerte pesar se vino a mi lado y me habló con estas aladas palabras:

    CIRCE-¿Por qué, Ulises, permaneces así, como un mudo, y consumes tu ánimo, sin tocar la comida ni la bebida? Sospechas que haya algún engaño, y debes desechar todo temor, pues ya te presté solemne juramento.

    Así se expresó; y le contesté diciendo:
    ULISES. ¡Oh, Circe! ¿Qué hombre, que fuese razonable, se atrevería a probar la comida y la bebida antes de libertar a los compañeros y contemplarios con sus propios ojos?

    Si me invitas de buen grado a beber y a comer, suelta a mis feles amigos para que con mis ojos pueda verlos Asi dije. Circe salió del palacio con la vara en la mano, abrió las puertas de la pocilga y saco a mis compañeros en figura de puercos de nueve años. Se colocaron delante y anduvo por entre ellos, untándolos con una nueva droga en el acto cayeron de los miembros las cerdas que antes les hizo crecer la perniciosa droga suministrada por la venerable Circe, y mis amigos volvieron a ser hombres, pero más jóvenes aún y mucho más hermosos y más altos. Me conocieron, y uno por uno me estrecharon la mano. Se alzó entre todos un dulce llanto, la casa resonaba fuertemente y la diosa misma hubo de apladarse.

    Ulises y las sirenas

    Tras una estancia en la isla de Circe, Ulises y sus compañeros parten rumbo a Ítaca. La maga, antes de la partida de Ulises, le advierte de los múltiples peligros con que se va a encontrar en el camino de vuelta, como por ejemplo que va a cruzarse con las sirenas, seres mágicos con cuya voz encantan a los hombres, de manera que estos ya no vuelven a ver a sus esposas e hijos. Y así evita Ulises dejarse llevar por los seductores cantos de las sirenas:

    Tomé al instante un gran pan de cera y lo parti con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas marios. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza ya los mayos del sol, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros.

    Me ataron estos en in mare de ples y manos, derecho y arrimado a la parte witrior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, tornaron a batir con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente, y, al hallarmos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no les pasó inadvertido a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto:

    LAS SIRENAS-Llega acá, célebre Ulises, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos, después de recrearse con ella, sabiendo más que antes, pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo lo que ocurre en la fértil tierra.

    Esto dijeron con su hermosa voz. Sintió mi corazón ganas de oirlas, y movi las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose Perimedes y Euriloco, me ataron con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las sirenas y ni su voz ni su canto se olan ya, se quitaron mis fieles compañeros la cera con que había yo tapado sus oidos y me soltaron las ligaduras.

    Encuentro de Ulises y Telémaco

    Después de tantas penurias y avatares, Ulises consigue llegar a Itaca. Lo hace de incógnito, con la ayuda de la diosa Atenea, que le proporciona aspecto de mendigo. Su primer contacto es con Eumeo, un criado, el cual lo acoge en su choza. Poco después Ulises se encuentra con Telémaco, pero su extraño aspecto hace que su hijo no lo reconozca cuando lo ve:

    Diciendo así, besó a su hijo y dejó que las lágrimas, que hasta entonces había retenido, le cayeran por las mejillas al suelo. Mas Telémaco, como aún no estaba convencido de que aquel fuese su padre, le respondió nuevamente con estas palabras:

    TELEMACO-Tú no eres mi padre Ulises, sino un dios que me engaña para que luego me lamente y suspire aún más: que un mortal no haría tales cosas con su inteligencia. A no ser que se le acercase un dios y lo transformara fácilmente y a su antojo en joven o viejo. Hace poco eras anciano y estabas vestido miserablemente: mas ahora te pareces a los dioses que habitan el anchuroso cielo.

    Le replicó el ingenioso Ulises:

    ULISES-Telémaco!, no conviene que te admires de tan extraordinaria manera ni que te asombres de tener a tu padre aquí dentro; pues ya no vendrá otro Ulises, que ese soy yo, tal como ahora me ves, que habiendo padecido y vagado mucho, vuelvo en el vigésimo año a la patria tierra. Lo que has presenciado es obra de Atenea, que impera en las batallas; la cual me transforma a su gusto, porque puede hacerlo, y unas veces me cambia en un mendigo y otras en un joven que cubre su cuerpo con hermosas vestiduras. Muy fácil es para las divinidades que residen en el anchuroso cielo dar gloria a un mortal o envilecerle.

    Dichas estas palabras, se sentó. Telémaco abrazó a su buen padre, entre sollozos y lágrimas. A ambos les vino el deseo del llanto y lloraron ruidosamente, plañendo más que las aves, águilas o buitres de corvas uñas, cuando los rústicos les quitan los hijuelos que aún no volaban: de semejante manera derramaron aquellos tantas lágrimas que movían a compasión.

    Reconocimiento de Ulises por Euriclea

    En Itaca, Ulises mendiga por la ciudad y se indigna al ver a los pretendientes en el palacio real, acosando a su esposa Penélope. Tiene contacto con Penélope y con algunos pretendientes, pero aún no se presenta a ellos, prefiere esperar y tramar un plan junto a su hijo para vengarse de los pretendientes y ocupar de nuevo el lugar que le corresponde. Ulises, herido en una cacería, recibe los cuidados de su nodriza, la anciana esclava Euriclea, que reconoce a su señor.

    Al tocar la vieja con la palma de la mano esta cicatriz, la reconoció y soltó el pie de Ulises; dio la pierna contra el caldero, resonó el bronce, se inclinó la vasija hacia atrás y el agua se derramó por el suelo. El gozo y el dolor invadieron simultáneamente el corazón de Euriclea, se le arrasaron los ojos de lágrimas y la voz sonora se le cortó. Después, tomó a Ulises de la barba y le habló así:

    EURICLEA-Tú eres ciertamente Ulises, hijo querido, y yo no te conocí, hasta que pude tocarte todo, mi señor, con estas manos.

    Así dijo: y volvió los ojos a Penélope, queriendo indicarle que tenia dentro de la casa a su marido. Mas ella no pudo advertirlo desde la parte opuesta, porque Atenea le distrajo el pensamiento. Ulises, apretándole el cuello a la anciana con la mano derecha, con la otra la atrajo hacia si y le dijo:
    ULSES.–¡Ama! ¿Por qué quieres perderme? Si, tú me criaste a tus pechos y ahora, después de pasar muchas fatigas, he llegado en el vigésimo año a la patria tierra. Mas ya que lo entendiste y un dios lo sugirió a tu mente, calla y que nadie lo sepa en el palacio. Lo que voy a decir se llevará a efecto. Si un dios hiciese sucumbir a mis manos los ilustres pretendientes, ni a ti te perdonaría, a pesar de que fuiste mi ama, cuando mate a las demás esclavas en el palacio.

    Le contestó la prudente Euriclea:
    EURICLEA.-¡Hijo mío! ¡Qué palabras se te escaparon del cerco de los dientes! Bien sabes que mi ánimo es firme e indomable y guardaré el secreto como una sólida piedra o como el hierro. Otra cosa quiero manifestarte, que pondrás en tu corazón: si un dios hace sucumbir a tus manos los ilustres pretendientes, te diré qué mujeres no te honran en el palacio y cuáles están sin culpa.
    Le respondió el ingenioso Ulises:
    ULISES.-¡Ama! ¿Para qué nombrarlas? Ninguna necesidad tienes de hacerlo. Yo mismo las observaré para conocerlas una por una. Guarda silencio y confía en los dioses.

    Venganza de Ulises

    La oportunidad de desquitarse llega con un concurso de tiro con arco que hacen los pretendientes. Ulises comparece en el palacio, donde tiene lugar el concurso, y participa en él, tras lo cual se presenta ante ellos y los mata:

    Entonces se desnudó de sus andrajos el ingenioso Ulises, saltó al gran umbral con el arco y la aljaba repleta de veloces flechas y, derramándolas delante de sus pies, habló de esta manera a los pretendientes:

    ULISES.-Ya este certamen fatigoso está acabado, ahora apuntaré a otro blanco, adonde jamás tiró varón alguno, y he de ver si lo acierto, por concederme Apolo tal gloria.

    Así dijo, y enderezó la amarga saeta hacia Antinoo. Levantaba este una bella copa de oro de doble asa y la tenía ya en las manos para beber el vino, sin que el pensamiento de la muerte embargara su ánimo. ¿Quién que entre tantos convidados un solo hombre, posante que fuera, había de darle tan mala muerte y destino? Pues Ulises, acertándole en la garganta e hirió con la flecha y la punta asomó por el tierno cuello. Se desplomó hacia atrás Antinoo, al recibir la herida, se le cayó la copa de las manos y de pronto brotó de sus narices un espeso chorro de humana sangre. Inmediatamente tiró la mesa, dándole con el pie, y se esparcieron las viandas por el suelo, donde el pan y la carne asada se mancharon. Al verle caído, los pretendientes levantaron un gran tumulto dentro del palacio; dejaron las sillas y, moviéndose por la sala, recorrieron con los ojos los sólidos muros, pero no había ni un escudo siquiera ni una fuerte lanza de que echar mano. E increparon a Ulises con airadas voces:

    LOS PRETENDIENTES.-¡Oh forastero! Mal haces en disparar el arco contra los hombres.
    Este será tu último certamen; pues ahora te aguarda una terrible muerte. Quitaste la vida a un varón que era el más señalado de los jóvenes de Ítaca y por ello te comerán aquí mismo los buitres.

    Así hablaban, figurándose que había muerto a aquel hombre involuntariamente. No pensaban los muy simples que la ruina pendía sobre ellos. Pero, encarándoles con feroz gesto, les dijo el ingenioso Ulises:

    ULISES.-¡Ah perros no creíais que volviese del pueblo troyano a mi morada y me arruinabais la casa, forzabais a las mujeres esclavas y, estando yo vivo, pretendíais a mi esposa, sin tener a los dioses que habitan el vasto cielo ni recelar venganza alguna de parte de los hombres. Ya pende la ruina sobre vosotros todos.

    Así se expresó. Todos se sintieron poseídos del pálido temor y cada uno buscaba por dónde huir para librarse de una muerte espantosa.

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