Saltar al contenido

Las aventuras de Pinocho

Autor: Carlo Collodi

Capítulo: Dos


El maestro Cereza regala el palo a su amigo Geppetto, que lo acepta para
fabricar con él un maravilloso muñeco que sepa baile, esgrima y que dé
saltos mortales.

En aquel momento llamaron a la puerta.
—Pase —dijo el carpintero, sin tener fuerzas para ponerse en pie.
Entró en el taller un viejecito muy lozano, que se llamaba Geppetto; pero
los chicos de la vecindad, cuando querían hacerlo montar en cólera, lo
apodaban Polendina, a causa de su peluca amarilla, que parecía de choclo.
Geppetto era muy iracundo. ¡Ay de quien lo llamase Polendina! De
inmediato se ponía furioso y no había quien pudiera contenerlo.
—Buenos días, maestro Antonio —dijo Geppetto—. ¿Qué hace ahí, en el
suelo?
—Enseño el ábaco a las hormigas.
—¡Buen provecho le haga!
—¿Qué le ha traído por aquí, compadre Geppetto?
—Las piernas. Ha de saber, maestro Antonio, que he venido a pedirle un
favor.
—Aquí me tiene, a su disposición —replicó el carpintero, alzándose sobre
las rodillas.
—Esta mañana se me ha metido una idea en la cabeza.
—Cuénteme.
—He pensado en fabricar un bonito muñeco de madera; un muñeco
maravilloso, que sepa bailar, que sepa esgrima y dar saltos mortales. Pienso
recorrer el mundo con ese muñeco, ganándome un pedazo de pan y un vaso de
vino; ¿qué le parece?
—¡Bravo, Polendina! —gritó la acostumbrada vocecita, que no se sabía de
dónde procedía.
Al oírse llamar Polendina, Geppetto se puso rojo de cólera, como un
pimiento, y volviéndose hacia el carpintero le dijo, enfadado:
—¿Por qué me ofende?
—¿Quién le ofende?
—¡Me ha llamado usted Polendina!
—No he sido yo.
—¡Lo que faltaba es que hubiera sido yo! Le digo que ha sido usted.
—¡No!
—¡Sí!
—¡No!
—¡Sí!
Y acalorándose cada vez más, pasaron de las palabras a los hechos y,
agarrándose, se arañaron, se mordieron y se maltrataron. Acabada la pelea, el
maestro Antonio se encontró con la peluca amarilla de Geppetto en las manos,
y éste se dio cuenta de que tenía en la boca la peluca canosa del carpintero.
—¡Devuélveme mi peluca! —dijo el maestro Antonio.
—Y tú devuélveme la mía, y hagamos las paces.
Los dos viejos, tras haber recuperado cada uno su propia peluca, se
estrecharon la mano y juraron que serían buenos amigos toda la vida.
—Así, pues, compadre Geppetto —dijo el carpintero, en señal de paz—,
¿cuál es el servicio que quiere de mí?
—Quisiera un poco de madera para fabricar un muñeco; ¿me la da?
El maestro Antonio, muy contento, fue en seguida a sacar del banco aquel
trozo de madera que tanto miedo le había causado. Pero, cuando estaba a
punto de entregárselo a su amigo, el trozo de madera dio una sacudida y,
escapándosele violentamente de las manos, fue a golpear con fuerza las flacas
canillas del pobre Geppetto.
—¡Ah! ¿Es ésta la bonita manera con que regala su madera, maestro
Antonio? Casi me ha dejado cojo.
—¡Le juro que no he sido yo!
—¡Entonces, habré sido yo!
—Toda la culpa es de esta madera…
—Ya sé que es de la madera; pero ha sido usted quien me la ha tirado a las
piernas.
—¡Yo no se la he tirado!
—¡Mentiroso!
—Geppetto, no me ofenda; si no, le llamo ¡Polendina!…
—¡Burro!
—¡Polendina!
—¡Bestia!
—¡Polendina!
—¡Mono feo!
—¡Polendina!
Al oírse llamar Polendina por tercera vez, Geppetto perdió los estribos y se
lanzó sobre el carpintero; y se dieron una paliza. Acabada la batalla, el
maestro Antonio se encontró dos arañazos más en la nariz y el otro, dos
botones menos en su chaqueta. Igualadas de esta manera sus cuentas, se
estrecharon la mano y juraron que serían buenos amigos toda la vida.
De modo que Geppetto tomó consigo su buen trozo de madera y, dando las
gracias al maestro Antonio, se volvió cojeando a su casa.

Sigue el Capítulo: Tres

Imágenes Relacionadas: