Autor: Carlo Collodi
Capítulo: Cinco
Pinocho tiene hambre y busca un huevo para hacerse una tortilla, pero
ésta vuela por la ventana.
Anochecía y Pinocho, acordándose de que no había comido nada, sintió un
cosquilleo en el estómago que se parecía mucho al apetito.
Pero el apetito, en los muchachos, marcha muy de prisa; en pocos minutos
el apetito se convirtió en hambre, y el hambre, en un abrir y cerrar de ojos, se
convirtió en un hambre de lobo.
El pobre Pinocho corrió al fuego, donde había una olla hirviendo, e intentó
destaparla para ver lo que tenía dentro… pero la olla estaba pintada en la
pared. Figúrense cómo se quedó. Su nariz, que ya era larga, se le alargó por lo
menos cuatro dedos.
Entonces se dedicó a recorrer la habitación y a hurgar en todos los cajones
y escondrijos, en busca de un poco de pan, aunque fuera un poco de pan seco,
de una cortecita, de un hueso viejo olvidado por el perro, de un poco de
polenta mohosa, de un resto de pescado, de un hueso de cereza; en fin, de algo
para masticar. Pero no encontró nada, absolutamente nada.
Mientras tanto, el hambre aumentaba, aumentaba cada vez más. El pobre
Pinocho no encontraba más alivio que bostezar. Lanzaba unos bostezos tan
grandes que a veces la boca le llegaba a las orejas. Cuando acababa de
bostezar, escupía, y sentía como si el estómago se le fuera cayendo.
Entonces, llorando y desesperándose, decía:
—El Grillo—parlante tenía razón. He hecho muy mal en rebelarme contra
mi papá y escaparme de casa… Si mi papá estuviera aquí, ahora no me moriría
de bostezos. ¡Ay, qué enfermedad más mala es el hambre!
Y, de repente, creyó ver en el montón de los desperdicios algo redondo y
blanco, que parecía enteramente un huevo de gallina. Dar un salto y lanzarse
encima de él fue cosa de un momento. Era un huevo de verdad.
Es imposible describir la alegría del muñeco: hay que imaginársela. Creía
que estaba soñando, daba vueltas al huevo entre sus manos, lo tocaba y lo
besaba, diciendo:
—¿Cómo lo prepararé ahora? ¿Haré una tortilla?… No, será mejor hacerlo
a la copa… ¿No estará más sabroso si lo frío en la sartén? ¿Y si lo pasara por
agua? No, lo más rápido será freírlo: ¡tengo demasiadas ganas de comérmelo!
Dicho y hecho. Puso una olla encima de un brasero lleno de brasas; en la
olla, en vez de aceite o mantequilla, puso un poco de agua. Cuando el agua
empezó a humear ¡tac! …, rompió la cáscara del huevo e intentó echarlo
dentro.
Pero, en vez de la clara y la yema, salió un pollito muy alegre y educado,
que dijo, haciendo una reverencia:
—¡Muchas gracias, señor Pinocho, por haberme ahorrado el trabajo de
romper la cáscara! ¡Adiós, que te vaya bien, saludos a la familia!
Dicho esto, abrió las alas y, atravesando la ventana, que estaba abierta,
voló hasta perderse de vista. El pobre muñeco se quedó paralizado, con los
ojos fijos, la boca abierta y las cáscaras del huevo aun en la mano. Cuando se
recuperó de su asombro empezó a llorar, a chillar, a patear el suelo,
desesperado, mientras decía:
—¡El Grillo—parlante tenía razón! Si no me hubiera escapado de casa, y si
mi papá estuviera aquí, ahora no me moriría de hambre. ¡Ay, qué enfermedad
más mala es el hambre!
Y como el cuerpo seguía protestando cada vez más, y no sabía qué hacer
para calmarlo, pensó en salir de casa y hacer una escapada a la aldea vecina,
con la esperanza de encontrar algún alma caritativa que le diese de limosna un
trozo de pan.
Sigue el Capítulo: Seis ————˃˃