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Tercer trabajo de Heracles

La cierva de Cerinea

Heracles y la cierva de Cerinea. Fuente en bronce del siglo I a. C.

Heracles debía, ordenó Euristeo, llevar viva a la cierva cerines hasta Micenas y entregársela. La criatura, pezuñas de bronce y cornamenta de oro, enorme y veloz, había sido consagrada a Artemis por la pléyade Taigete, pues entre las cinco que la diosa de la caza había intentado capturar para uncirlas a su carro, fue la única que escapó, indomable, de sus divinas manos.

Artemis, niña, vio una vez cinco ciervas, grandes como toros, paciendo a orillas del río Anauto, de negros guijartos, en Tesalia, al pie de los montes Parrasios. En su cornamentas se repetía el Sol. Corrió persiguiéndolas y con sus propias manos se apoderó de cuatro de ellas; la última, con las broncineas pezuñas sacando chispas de las piedras del camino, huyó a través del río Celadón hasta la colina Cerinia Hera, que desde entonces ya pensaba en los trabajos de Heracles, lo habla previsto así.

Si para la propia Artemis aquella tarea había significado dificultades, para el héroe Heracles parecía algo imposible: sus flechas no alcanzaban a la divina bestia, y una sola gota de sangre lo arruinaria todo. No podía, por ello, recurrir a la simple solución de la fuerza. La tarea exigiría de él otras virtudes. La solución, ante un adversario tan veloz, era no dejarla descansar: no darle paz de día ni de noche.

La orden de llevarla viva estaba clara, pero además el no deseaba hacerle daño Finalmente la encontró y se acercó, caulo. La miró y la cierva dirigió su mirada hacia 4, fijamente. El animal, de un salto, puso distancia. Ahi comenzó una persecución compulsiva, implacable, que duraría un aflo y los llevaria a Istria y más allá. Como sombras, la presa y su cazador pasaron por los más diversos parajes de montaña, por desiertos y marismas, ciudades y mares, hasta el País de los Hiperbóreos, inmortales Agotada, la cierva buscó refugio en el monte Artemisio Tenía que beber en el río Ladón, que desciende por las faldas de ese monte. El héroe decidió aprovechar ese momento.

No era posible acercarse a ella; la cierva huirla y la persecución volvería al principio. Así que, con todo cuidado, preparó su arco. Con infinita habilidad lanzó una flecha que pasó entre el tendón y el hueso, sin producir ni una gota de sangre, trabando las poderosas patas delanteras del animal. Inmóvil la presa, la cargó sobre los hombros y la llevó viva a Micenas.

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