Saltar al contenido

Virgilio

Publio Virgilio Marón (70 a. C. – Brundisium 19 a. C.) Procedente de Andes, actual Virgilio. Fue un poeta romano, el que mayor esfuerzo hizo por trascender la literatura latina a través de la influencia griega. Escribió obras como la Eneida, las Bucólicas, la Geórgicas. Quizá su aparición en la obra de Dante AlighieriLa Divina Comedia, donde aparece como guía, reafirmó su fama como autor latino universal. Su obra la Enedida es el poema épico nacional por excelencia, y la que más influencias griegas sustrajo, compuesta por encargo del emperador Augusto, que quiso dotar el origen de Roma con un pasado mítico parecido al griego a través de la obra de Homero, y llenar de sentimientos patrios y religiosos a los ciudadanos.

Virgilio

La Eneida de Virgilio, escrita hacia 29 a. C., se dice que su composición duró once años, y cuyo tema principal a narrar son los sucesos ocurridos al héroe Eneas. El autor se basó en los poemas homéricos, más que una escritura original, fue una reescritura, la obra se divide en dos partes, cada parte tiene seis cantos. La primera parte toma muchos elementos de la Odisea, narra las peripecias de Eneas al decidir escapar con su familia y sus guerreros de la Guerra de Troya y la destrucción de la ciudad, y posteriormente relata su odisea por la costa del Lacio. La segunda parte está inspirada en la Ilíada. En esta parte los acontecimientos se trasladan a Roma, donde a través de los mitos griegos, presenta la fundación de Roma. Eneas, antes de asentarse en los pueblos itálicos, con la ayuda de su hueste, libra una guerra de proporciones griegas, campos de batallas con guerreros majestuosos, donde intervienen los dioses, para uno u otro bando, y, a la final, la victoria del héroe.

La fama e importancia de Virgilio en su época y tiempos posteriores fue enorme. en Roma fue considerado el poeta nacional, y ha influido en las nuevas generaciones, su legado es invaluable.

Eneas, siendo curado

La Eneida

Fragmento primero del comienzo del primer libro de La Eneida.


Yo aquel que en otro tiempo modulé cantares al son de la leve avena, y dejando luego
las selvas, obligué a los vecinos campos a
que obedeciesen al labrador, aunque avariento, obra grata a los agricultores, ahora canto
las terribles armas de Marte y el varón que,
huyendo de las riberas de Troya por el rigor
de los hados, pisó el primero la Italia y las
costas Lavinias. Largo tiempo anduvo errante
por tierra y por mar, arrastrado a impulso de
los dioses, por el furor de la rencorosa Juno.
Mucho padeció en la guerra antes de que lograse edificar la gran ciudad y llevar a sus
dioses al Lacio, de donde vienen el linaje latino y los senadores Albanos, y las murallas de
la soberbia Roma.
Musa, recuérdame por qué causas, dime
por cuál numen agraviado, por cuál ofensa, la
reina de los dioses impulsó a un varón insigne por su piedad a arrostrar tantas aventuras, a pasar tantos afanes. ¡Tan grandes iras
caben en los celestes pechos!
Hubo una ciudad antigua, Cartago, poblada por colonos tirios, en frente y a gran distancia de Italia y de las bocas del Tiber, opulenta y bravísima en el arte de la guerra. Es
fama que Juno la habitaba con preferencia a
todas las demás ciudades, y aun a la misma
Samos; allí tenía sus armas y su carro, y ya
de antiguo revolvía en su mente el propósito
y la esperanza de que llegase a ser señora de
todas las gentes, si lo consintiesen los hados;
pero había oído que del linaje de los Troyanos
procedería una raza que, andando el tiempo,
había de derribar las fortalezas tirias, y que
de ella nacería un pueblo dominador del
mundo, soberbio en la guerra y destinado a
exterminar la Libia; así lo tenían hilado las
Parcas. Temerosa de esto, y recordando la
hija de Saturno aquella antigua guerra que
ella la primera suscitó a Troya por sus amados Griegos, tenía también presentes en su
ánimo las causas de su enojo y sus crudos
resentimientos. Vivos perseveraban en su
alta mente el juicio de Paris y el desprecio
hecho a su hermosura, y su odio al linaje tro-
yano y las honras tributadas al arrebatado
Ganimides. Exasperada por estos recuerdos,
apartaba a gran trecho del Lacio, haciéndolos
juguete de las olas, a los Troyanos, reliquias
de los Griegos y del cruel Aquiles; y así, a
impulso de los hados, andaban, hacía muchos
años, errantes por todos los mares. ¡Tan ardua empresa era fundar el linaje Romano!
Apenas perdidas ya de vista las costas de
Sicilia, bogaban alegres los Troyanos por la
alta mar, cortando las salobres espumas con
la acerada proa, cuando Juno, viva en lo hondo de su pecho la eterna herida, exclamó,
hablando consigo misma: “¿ Habré de desistir, vencida de lo comenzado, y no podré
apartar de Italia al Rey de los Teucros? Los
hados me lo impiden; mas ¿no pudo Palas
incendiar la armada de los Griegos y anegarlos a todos en el Ponto por sólo la culpa y los
furores de Ayax, hijo de Oileo? Ella misma,
arrojando desde las nubes el rápido fuego de
Júpiter, desbarató las naves y revolvió los
mares con los vientos, y arrebatándole expirante en un torbellino, traspasado el pecho y
arrojando llamas, le estrelló en un agudo peñasco. ¡Y yo, reina de los dioses y hermana y
esposa de Júpiter, sostengo guerra por tantos
años contra una sola nación! ¿Quién, después
de esto, adorará al numen de Juno, o suplicante llevará ofrendas a sus altares?”
Revolviendo consigo misma la diosa tales
pensamientos en su acalorada fantasía, partióse a la Eolia, patria de las tempestades,
lugares henchidos de furiosos vendavales; allí
el rey Eolo en su espaciosa cueva rige los
revoltosos vientos y las sonoras tempestades,
y los subyuga con cárcel y cadenas; ellos,
indignados, braman, con gran murmullo del
monte, alrededor de su prisión. Sentado está
Eolo en su excelso alcázar, empuñado el cetro, amasando sus bríos y templando sus
iras, porque si tal no hiciese, arrebatarían
rápidos consigo mares y tierras y el alto firmamento, y los barrerían por los espacios; de
lo cual, temeroso el Padre omnipotente, los
encerró en negras cavernas, y les puso encima la mole de altos montes, y les dio un rey
que, obediente a sus mandatos, supiese con
recta mano tirarles y aflojarles las riendas.
Dirigióse a él entonces suplicante Juno con
estas razones:
“¡Oh, Eolo, a quien el padre de los dioses y
rey de los hombres concedió sosegar las olas
y revolverlas con los vientos! Una raza enemiga mía navega por el mar Tirreno, llevando
a Italia su Ilión y sus vencidos penates. Infunde vigor a los vientos y sumerge sus destrozadas naves, o dispérsala y esparce sus
cuerpos por el mar. Tengo catorce hermosísimas ninfas, de las cuales te daré en estable
himeneo y te destinaré para esposa a la más
gallarda de todas, Deyopea, a fin de que, en
recompensa de tales favores, more perpetuamente contigo y te haga padre de hermosa prole.”
Eolo respondió: “A ti corresponde ¡oh Reina! Ver lo que deseas; a mi tan sólo obedecer tus mandatos. Por ti me es dado este mi
reino, tal cual es; por ti el cetro y el favor de
Jove; tú me otorgas sentarme a la mesa de
los dioses y me haces árbitro de las lluvias y
de las tempestades.”
Apenas hubo pronunciado estas palabras,
empujó a un lado con la punta de su cetro un
hueco monte, y los vientos, como en escuadrón cerrado, se precipitan por la puerta que
les ofrece, y levantan con sus remolinos nubes de polvo. Cerraron de tropel con el mar,
y lo revolvieron hasta sus más hondos abismos el Euro, el Noto y el Abrego, preñado de
tempestades, arrastrando a las costas enormes oleadas. Siguiese a esto el clamoreo de
los hombres y el rechinar de las jarcias. De
pronto las nubes roban el cielo y la luz a la
vista de los Teucros; negra noche cubre el
mar. Truenan los polos y resplandece el éter
con frecuentes relámpagos; todo amenaza a
los navegantes con una muerte segura. Afloja
entonces de repente el frío los miembros de
Eneas; gime, y tendiendo a los astros ambas
palmas, prorrumpe en estos clamores: “¡Oh,
tres y cuatro veces venturosos, aquellos a
quienes cupo en suerte morir a la vista de
sus padres bajo las altas murallas de Troya!
¡Oh, hijo de Tideo, el más fuerte del linaje de
los Dánaos! ¿No me valiera más haber su-
cumbido en los campos de Ilión, y entregado
esta alma al golpe de tu diestra, allí donde
Héctor yace traspasado por la lanza de Aquiles, donde yace también el corpulento Sarpedonte, donde arrastra el Simois bajo sus ondas tantos escudos arrebatados y tantos yelmos y tantos fuertes cuerpos de guerreros?”
Mientras así exclamaba, la tempestad, rechinante con el vendaval, embiste la vela y
levanta las olas hasta el firmamento. Pártense los remos, vuélvese con esto la proa y
ofrece el costado al empuje de las olas; un
escarpado monte de agua se desploma de
pronto sobre el bajel. Unos quedan suspendidos en la cima de las olas, que, abriéndose,
les descubren el fondo del mar, cuyas arenas
arden en furioso remolino. A tres naves impele el noto contra unos escollos ocultos debajo
de las aguas, y que forman como una inmensa espalda en la superficie del mar, a que
llaman Aras los Italos; a otras tres arrastra el
euro desde la alta mar a los estrechos y las
sirtes del fondo, ¡miserando espectáculo! Y
las encalla entre bajíos y las rodea con un
banco de arena. A la vista de Eneas, una
enorme oleada se desploma en la popa de la
nave que llevaba los Licios y al fiel Oronte;
ábrese, y el piloto cae de cabeza en el mar;
tres veces las olas voltean la nave, girando
en su derredor; hasta que al fin se la traga
un rápido torbellino. Vénse algunos pocos
nadando por el inmenso piélago, armas de
guerreros, tablones y preseas troyanas. Ceden ya al temporal, vencidas, la pujante nao
de Ilioneo, la del fuerte Acates y las que
montan Abante y el anciano Aletes; todas
reciben al enemigo mar por las flojas junturas
de sus costados, y se rajan por todas partes.
Entre tanto Neptuno advierte que anda revuelto el mar con gran murmullo, ve la tempestad desatada y las aguas que rebotan
desde los más hondos abismos, con lo que,
gravemente conmovido y mirando a lo alto,
sacó la serena cabeza por cima de las olas, y
contempló la armada de Eneas esparcida por
todo el mar, y a los Troyanos acosados de la
tempestad y por el estrago del cielo. No se
ocultaron al hermano de Juno los engaños y
las iras de ésta, y llamando a sí al Euro y al
Céfiro, les habla de esta manera: “¿Tal soberbia os infunde vuestro linaje? ¿Ya ¡oh
vientos! osáis, sin contar con mi numen,
mezclar el cielo con la tierra y levantar tamañas moles? Yo os juro… Mas antes importa
sosegar las alborotadas olas; luego me pagaréis el desacato con sin igual castigo. Huíd de
aquí, y decid a vuestro rey que no a él, sino a
mí, dio la suerte el imperio del mar y el fiero
tridente. El domina en sus ásperos riscos,
morada tuya, ¡oh, Euro! Blasone Eolo en
aquella mansión como señor, y reine en la
cerrada cárcel de los vientos”. Dice, y aun
antes de concluir, aplaca las hinchadas olas,
ahuyenta las apiñadas nubes y descubre de
nuevo el sol; Cimotoe y Tritón desencallan las
naves de entre los agudos escollo; el mismo
dios las levanta con su tridente y descubre
los grandes bajíos, y sosiega la mar, y con las
ligeras ruedas de su carro se desliza por la
superficie de las olas. Como muchas veces
sucede en un gran pueblo cuando estalla una
sedición y embravece el ánimo del grosero
vulgo, vuelan las teas y las piedras, y el furor
improvisa armas, que si por ventura sobreviene un varón grave por su virtud y méritos,
todos callan y le escuchan atentos, y él con
sus palabras compone las voluntades y
amansa las iras; tal calló todo el estruendo
de las olas, apenas el padre Neptuno, tendiendo a lo lejos la vista sobre el mar bajo un
cielo ya sereno, da la vuelta a sus caballos y
les larga las riendas, volando en su propicio
carro.

******

Imágenes Relacionadas: